viernes, 23 de diciembre de 2011

Que familia más original

     Decia en alguna entrada precedente que un tío mio, hermano de mi madre, suele decir que formamos una familia muy original. Al parecer hay una canción que se llama "Que familia más original", de un grupo de los años 60, Los tres sudamericanos, y según mi tío la canción en cuestión no puede menos que aludir a nuestra familia. Evidentemente lo dice con una alta dosis de sarcasmo, pero no cabe duda de que con ello quiere referirse a... cómo decirlo?? ...las particularidades de la familia  (vivan los eufemismos) Él únicamente  habla  de mi familia por lado materno, o sea a la suya, pero he de decir que mis parientes por vía paterna también conforman un círculo de lo más original. Así que en esta entrada me dispongo a presentaros brevemente a algunos de los ejemplares más destacados de mi árbol genealógico.

     Dentro de esta originalidad hay capítulos más siniestro-turbio-oscuros, como los que siguen:

     - El ya famoso tio Pancho, sobre el que planea la duda acerca de la legalidad de sus negocios en México.
     - El tio-bisabuelo aquel que durante la guerra asesinara a tantas personas.
     - Este mismo ejemplar llevaba a sus amantes a casa y las sentaba a comer a la mesa junto a su esposa e hijas.
     - Los parientes que obligaron a su tio a firmar un testamento en favor de ellos en el alto del puerto y en medio de una tormenta de nieve que no dejaba ver un metro más allá.
      - Están aquellos otros que quemaron su casa (presuntamente) solo para hacerla nueva con la ayuda de la caridad vecinal y subvenciones del Estado.
     - El pariente que acabo en presidio en una carcel marroquí.
     - El primo que se suicidara por despecho.
     -Aquel otro que se ahogara en las aguas de un rio, empujado (presuntamente) por su esposa (reciente esposa) para cobrar el seguro de vida.
    - Aquel pariente que falleciera en circunstancias poco decorosas y apareciera en circunstancias menos decorosas aún tirado-depositado en una calle de la capital leonesa.
    - Aquellos hermanos que quisieron cortar la cabeza a su padre sobre la mesa de la cocina.
    - La tía que sintió de repente próxima la muerte y se tumbó en la cama a esperarla, habiéndo dispuesto a los pies de la misma su propia mortaja (acertó)
    - El tio cura que se encerraba en su despacho durante tiempo prolongado con la maestra del pueblo.
    - Este mismo tío cura que en circunstancias poco claras perdiera la ropa (literalmente) durante un viaje a Argentina.
    - Aquel pariente que sin previo aviso desapareció de su sepultura.
    - Aquella otra persona que entró en presidio por secuestro...
    - El sobrino que robara a su ancianísima tía y la metiera en una residencia de la caridad, para morir él pocos meses después sin tiempo de disfrutar de lo robado.
    - Una de mis bisabuelas que hizo testamento varias semanas después haber fallecido.
    - Aquella hermana que pasara varios días encerrada en su habitación tras abrir la cabeza a su hermano con la tapa de una cazuela.
    - El que sufrió un tiroteo al más puro estilo western en los Estados Unidos.
    - La que en un arrebato de ira rompiera un plato en la cabeza de su hija, ante la enésima negativa de esta a comer.
    - La farsa protagonizada por una anciana tia demenciada, un notario y una interminable ristra de sobrinos ávidos de hacerse con el dinero de la tía...

    Y desde luego hay otros capítulos más amables:

     - El  familiar que se separó a los tres meses de casado, y además especialista en "conducción temeraria".
     - Aquellos otros que protagonizaron el viaje más largo, loco y accidentado en la historia de la circulación automovilística.
     - La que se lio con su profesor para aprobar la materia y hoy está felizmente casada con él.
     - La que pasó toda su vida obsesionada por las digestiones.
     - La tía-bisabuela aquella que detuvo el caminar de Manuel Fraga, entonces ministro de Turismo, para cantarle unas coplas.
     - El tio que falleciera encerrado en un cuarto de baño.
     - Hermano del anterior es el tio loco de la familia... si yo os contara.
      - Aquella prima lejana que la primera vez que acudió a un cine se levantó a gritar al protagonista ante el asombro y desconcierto  del resto de espectadores.
     - La que necesitaba una taza de vino para arrancar el día (Y las sucesivas copichuelas del día eran para aguantar hasta la hora de ascostarse, claaaro)...
    
     Podría seguir con la lista, pero de momento pondré punto final aquí. Quizás en lo sucesivo, aparezcan más protagonistas de esta mi familia, y podréis comprobar como la originalidad nos acompaña hasta la actualidad. Yo mismo soy en buena medida exponente de ella !!

martes, 6 de diciembre de 2011

Genio y figura...

     Hace pocos días un conocido me decía lo siguiente "después de muertos todos somos buenos". Si os paráis a pensar, tal afirmación tiene su punto de verdad, ¿o acaso no tendemos a decir "q buena persona era fulano", "que maja era mengana" o, cuando somos menos indulgentes, "bueno, tenía defectos, como todos... pero era buena persona"?  Quizás hacer tales aseveraciones acerca del común de nuestros conocidos finados se explique por la natural inclinación del ser humano a con el tiempo recordar sólo lo bueno; lo cual no deja de ser sino una forma de supervivencia más. Sería imposible Vivir recordando de manera machacona un día tras otro las putaditas que nos hace la vida, o las que nos hacen nuestros semejantes.  Por otra parte,  hay muchos que consideran que no se debe hablar mal de los muertos, justificando tal argumento en el hecho de que ya no se pueden defender, o bien que se trata de una falta de respeto hacia ellos. Pues bien, yo más bien pienso que se puede hablar absolutamente de todo, de TODO, siempre que se haga con respeto. Y el respeto no es patrimonio exclusivo de la memoria de los finados, no señor. Hay que respetar a los que ya no están, pero también a los que quedamos y a los que compartieron la vida con aquéllos; y hay que respetar su memoria, pero también la nuestra,  y sobre todo hay que respetar la verdad, entendiendo por tal, la verdad de cada uno de nosotros; porque la Verdad, con mayúscula no existe, y huyo yo de quien me diga que la tiene en su mano.
    
     Todo esta perorata viene a cuento de que hoy voy a hablaros de mi abuela paterna. Pensaba yo que no me costaría escribir sobre ella, porque tengo bastante claro lo que quiero contar; y sin embargo, ahora que comienzo a pensar en ella me asalta una especie de pudor... pienso que no todo lo que sé puedo ni debo contarlo. Es dificil mantener el equilibrio entre el respeto a su memoria y el respeto a mi verdad y la verdad de mi casa.

     Se llamaba F. y vino al mundo un 20 de febrero de 1908, en ese mismo pequeño pueblo de la provincia de León, famoso ya por mis entradas anteriores.  Hasta este último verano habíamos creído que era hija única, hecho que aceptábamos, pero que a todos nos resultaba extraño teniendo en cuenta que nació en un momento en el que las familias numerosas eran algo muy común. Por otro lado, su madre, mi bisabuela por tanto, la dio a luz con 19 años, luego más raro nos parecía aún que siendo tan joven su progenitora no hubiera tenido más hermanos. Pues bien, pese a la extrañeza que nos causaba, toda la vida pensamos que era hija única; hasta este verano, en el que por azar tuve acceso a los archivos parroquiales de su pueblo.

     Resulta ahora que mi abuela F. fue la mayor, la primogénita, de una sucesión de hermanos fallecidos todos a las pocas horas de nacer. Al parecer, la muerte les sobrevenía a consecuencia de un fallo genético que este verano me medio explicaron y que no me quedó muy claro. Según quise entender tiene que ver con el ADN de los padres, incompatible en no sé qué punto, de forma que genéticamente sólo sobrevive el primero de los vástagos (en este caso mi abuela) mientras que los sucesivos fallecen irremediablemente. Un problema éste que hoy tiene fácil remedio según me contaron, gracias a las pruebas y al control al que se someten las mujeres embarazadas, de forma que ya en el vientre de la madre se pone solución al problema. Evidentemente, en la España de la década de 1910, no había tales adelantos y todos los hermanos de mi abuela fallecieron uno tras otro.Conocer tal realidad nos ha sorprendido a todos; especialmente a mi padre y mis tíos, quienes nunca escucharon a su madre que hubiera tenido hermanos. Por ejemplo, uno de ellos, de los últimos en nacer,  murió en 1919, cuando ella contaba 11 años, de forma que debía acordarse de él; pero, repito, nunca dijo nada al respecto.

     Así pues, F. se crió como si hija única fuese. Hubo de ejercer al tiempo de varón de la casa, es decir, hubo de hacer frente ella a tareas de campo que en aquel tiempo eran más propias de hombres que de mujeres; pero claro en su casa además de su padre no había más varones. (creo que no haga ya falta aclararlo, pero su padre era hermano del ya a estas alturas archiconocido tío Pancho). Quizás la realidad de sus primeros años de vida contribuyese de alguna manera a hacer de ella una mujer tan dura de carácter. La verdad es que de aquella época, anterior a su matrimonio, prácticamente no sabemos nada, dado que toda la gente que podría contar algo a estas alturas ya ha fallecido. Así pues podemos decir que hay una especie de laguna hasta 1935, año en el que contrae matrimonio con mi abuelo.

    Contaba, por tanto, 27 años cuando se casó, siendo mi abuelo ocho años mayor que ella. Al año siguiente, esto es en Abril de 1936, nació mi tío, el primero de sus hijos. A los pocos meses quedó de nuevo en estado, de otro varón que es mi padre, nacido en agosto del 37. Pero entre medias de ambos partos, el 18 de julio de 1936, estalló la Guerra Civil en España. Omito describir de nuevo cómo afectó el conflicto a mis abuelos. Tras el nacimiento de mi padre vinieron al mundo, como bien sabéís ya, otros tres hijos varones más: el primero es aquel que falleciera de bebé, el siguiente es el que murió en 1956 ,a los 11 años, y el tercero (quinto del total) nació en 1946.

     Fue mi abuela, como he dicho líneas más arriba, una mujer muy dura de carácter, muy seria y según cuentan muy muy recta con los hijos. Afirman varias personas que convivieron con ella en el pueblo, que tenía por costumbre salir a la puerta de casa y desde allí gritar el nombre de sus hijos para que de inmediato acudiesen ante ella. No dudaba en sacar la mano a pasear, así que mi padre y mis tíos en cuanto escuchaban la voz de su madre llamándoles abandonaban de inmediato lo que estuvieran haciendo para, corriendo, acudir a casa. Desarrolló un amor (si es que eso es amor) por los hijos, desde mi punto de vista, insano, de forma que llegó a afirmar que nada la hubiera gustado más que ver a sus hijos solteros, siempre a su lado, siempre en casa. De ahí también la animadversión que profesaba hacia sus nueras.

     Era también una mujer inteligente, no diré culta, porque en aquellos tiempos en los que apenas se iba a la escuela cultura tenían pocos. La educación que recibió es la propia de aquellos días: aprender a leer y escribir, así como las llamadas cuatro reglas de aritmética (sumar, restar, multiplicar y dividir) Pero era como bien digo muy inteligente, de forma que a su natural mente despierta unía una lengua que manejaba con soltura. A veces digo que si en vez de mujer hubiera nacido hombre, habría sido peligrosa. Sabía perfectamente cómo hablar y qué decir, y si tenía que ofender a alguien acertaba de pleno en el punto débil del otro, daba donde más dolía. Fue una mujer ofensiva, hecho que representa la cara de una misma moneda; es decir, era ofensiva porque pasó su vida a la defensiva. El problema radica en que evidentemente no todo el mundo la atacaba, pero eso a ella le daba igual... ya sabéis lo que se dice, "la mejor defensa es un buen ataque" y ella lo llevó a rajatabla todos los días de su vida. Esto me recuerda un consejo que me dio una vez.  Andaba yo en bicileta, siendo muy niño, cerca de su casa, y me cai de ella, de forma que los demás niños que estaban conmigo se reían de mi caída, cosa que yo también hubiera hecho de suceder tal cosa a alguno de ellos (ya sabemos lo que son los niños) Entonces mi abuela salió de su casa y me dijo lo siguiente : "No hay mejor desprecio que no hacer aprecio". Es un refrán que todos hemos he oido o dicho alguna vez, pero creedme, saliendo de su boca, adquiere pleno significado.

     A lo largo de su vida como bien digo, no dudó en enfrentarse a todos los que la rodeaban. Con mano de hierro dirigió su casa, y controló a sus hijos. Una sola de sus miradas era suficiente para hacerte callar. Y  si la mirada no bastaba tenía una afilada lengua con la que ponía en su sitio a todo aquel que desde su punto de vista se estaba propasando con ella. Era dificil poder replicarla, porque lo que decía lo hacía sin insultar, sin levantar la voz, haciendo uso de las ironías, de frases a medias... Aunque llegado el caso no se amedrentaba ante nada ni nadie si tenía que hablar con toda la hiriente claridad de la que era capaz su lengua. Era aparentemente educada, pero al tiempo te estaba dando donde más duele. Mi abuelo, era el único que la frenaba, y también era el único ante el que ella se callaba; realidad que se explique posiblemente por la mentalidad de la época: el marido es el marido, hay que obedecer. Pero también es cierto que mi abuelo pocas veces reprendió a su mujer, al menos no tantas como hubiera sido deseable; y es que el hecho de ser él sordo le dificultaba captar todo lo que decía su esposa. En todo caso, él sabía perfectamente con qué clase de mujer se había casado. Y también es cierto que ella se aprovechaba de la sordera de su marido, para decir y dejar de decir, y también hacer y deshacer, todo lo que le parecía. Ni siquiera su madre se libraba del látigo que era su lengua: "¡¡¡ Usted cállese !!!", era la respuesta que daba a su madre, cada vez que ésta trataba de reprenderla por sus actos y/o palabras. Y la madre, por supuesto, a callar, y dándose por contenta de que sólo la dirigiese esas dos palabras.

     No tenía medida en lo que decía, de forma que su lengua trataba por igual a un niño que a un adulto. Muchas veces me hizo llorar siendo niño con las cosas que decía. Jugaba yo con mis amigos en el patio de mi casa, (mi casa y la de ella están arrimadas, pared con pared)  y no pocas veces salía a echarnos de allí aduciendo cosas tales como que íbamos a estropearle sus flores (adoraba sus plantas). Otras veces, cuando yo, iluso de mi, trataba de razonar con ella (abuela que no es así, etc etc) me contestaba siempre lo mismo "Tú para engañarme a mi tienes que volver a nacer ", frase que acompañaba de su dedo índice levantado, siendo finalmente coronada toda la escena con un sonoro portazo a la puerta de su casa. Casi podíamos medir el grado de enfado que tenía en un determinado momento en función del estrépito, mayor o menor, que hacía la puerta cuando la cerraba. Puede sonar hasta gracioso todo el panorama que estoy pintando, pero día a día, conviviendo con ello, era insufrible.

     Al hablar de mi abuelo en la entrada anterior, me referí al tremendo golpe que para él supuso la pérdida de uno de sus hijos con 11 años. Respecto a tan triste hecho, no puedo decir nada acerca de ella, nunca hablaba del hijo, no la escuché jamás decir nada al respecto. En su casa, en el piso de arriba, había una sala nada más terminar la escalera. Estaba la estancia llena de cuadros con fotografías. Yo, siendo niño, preguntaba quienes eran. Colgado de la pared había un retrato de un niño, cuando preguntaba por él, tan solo me decia, "es un hijo mio, murió de niño". Al dolor de la pérdida del hijo se sumaba el hecho de que tan sólo cuatro días antes falleció su padre. Quizás aquel triste conjunto de hechos la llevaron a guardar silencio sobre aquellos días.

     Cuando su esposo enfermó del corazón y toda la familia decidió trasladarse al que hoy es mi hogar, con la esperanza de que la salud de mi abuelo mejorase, ella no dudó en hacerlo. De nada sirvió, porque apenas dos meses después de la mudanza fallecía mi abuelo, lejos de la tierra que le vio nacer. Repito que era una mujer muy dura, fría incluso. Cuentan que no derramó ni una lágrima al quedarse viuda, en aquel mes de agosto de 1968. Eso si, conforme a lo que estipulaba su mentalidad, guardó luto por él el resto de sus días. En cambio pocos años después de enviudar, exactamente en marzo de 1973, fallecía su madre y en este momento en cambio si dio muestras de un dolor extremo. Hay quien afirma que fue la única vez a lo largo de su dilatada vida en la que "perdió los papeles".

     En 1971 mis padres, afortunadamente, se trasladaron a vivir a su propia casa. Evidentemente, la decisión estaba motivada, entre otras razones, por las dificultades derivadas de convivir con tan particular señora. Y es que su carácter, su aire dictatorial, la llevaron incluso a incurrir en acciones que iban contra su propia persona. Pocos años antes, estando ya viuda, sufrió una caida a consecuencia de la cual rompió la cadera. Tras la subsiguiente operación necesaria para recomponer la maltrecha cadera, se imponía un periodo de rehabilitación. Pues bien, se negó a hacerla, aduciendo que ella sola se bastaba para recuperar plenamente la movilidad de su pierna. De nada sirvieron las múltiples charlas que tuvieron sus hijos con ella; de forma que una vez más impuso su voluntad. El resultado fue que le quedó una pronunciada cojera para el resto de sus días, debíendo servirse de la ayuda de un bastón para caminar. De hecho entre las imágenes que de ella conserva mi retina está la de verla caminar con el bastón, o cojeando ,sin él, cuando estaba en su casa, dado que de puertas para adentro no lo usaba. Tan mal le quedó aquella pierna, que recuerdo que cuando se sentaba a la mesa, la única forma en la que estaba cómoda era echando hacia atrás dicha pierna, es decir, asomaba entre las patas traseras de la silla.

     Yo como niño que era en aquel entonces no era capaz de entender cómo se podía ser así, notaba que aquella forma de ser no era normal, aquellos cambios de humor, aquellas frases... Había algo "raro". El resultado fue que me gustaba muy poco acudir a su casa para verla. He de decir, en honor a la verdad, que a ella le gustaba que fuera; claro que siempre tenía que poner la guinda y recordarme que hacía mucho que no iba a visitarla. Y también es cierto que muchas de las veces que fui me tenía preparado una pantera rosa o un tigretón, o en su defecto me daba galletas. Quizás ahí empezó mi afición por los dulces. Es decir, su particular forma de demostrarme afecto era vía presentes dulces. Con todo, a mi costaba horrores entrar en aquella casa, no podías hacer nada, porque aunque era un niño ya sabía yo que lo más adecuado era eso, no hacer nada, eso es lo que se esperaba de mi. Así que me sentaba frente a ella, muy calladito, muy obediente, observando como cosía y cosía sus cientos de tapetes (Cuando digo cientos, es cientos) esperando a que llegase el momento de volver a mi casa.

     A medida que fueron transcurriendo los años comenzó a dar muestras de demencia, de forma que los momentos de lucided eran cada vez menos frecuentes. En un intervalo de cinco minutos podía pasar de saber perfectamente quien era a no conocer a nadie de los que tenía a su alrededor, para al cabo de otros cinco minutos volver a estar lúcida. Sobre todo recuerdo que preguntaba la misma cosa muchas veces seguidas, ¿has merendado ya?, Si abuela. La octava vez que respodías, "si abuela", ya lo hacías en un tono ligeramente distitnto a la primera vez, y ella lo percibía. Extrañamente no le sentaba mal, sino que se limitaba a decir "ya te lo he preguntado, ¿verdad? Ay, esta cabeza!". A partir de ese momento cesaba la pregunta. La verdad es que alguna vez me he preguntado hasta qué punto aquella insistencia era fruto de la demencia, porque no deja de ser extraño que ese olvido de la respuesta cesase en el momento que ella pronunciaba tal frase.

     La demencia como digo fue agravándose con el tiempo, pero siempre tenía momentos de lucidez, de forma que era imposible hacerle entender cosas tales como que debía hacer más caso a los que tenía a su alrededor. Pensaba que querían incapacitarla, de forma que las salidas de tono eran cada vez más frecuentes. No se dejaba aconsejar, nadíe era quien para decirla qué podía o qué no podía hacer y menos estando ella en su casa. Eso de que le fallaba la cabeza eran inventos de los demás, respuesta extraña teniendo en cuenta que en otros momentos decía eso de "Ay, esta cabeza!!". Las consecuencias de su terquedad, una vez más, las sufrió ella en sus carnes. Cómo os he dicho, dentro de casa, caminaba sin el bastón, pese a que sus hijos en repetidas ocasiones trataron de hacerla entender que el bastón representaba un punto de apoyo imprescindible para ella, máxime a medida que iba cumpliendo años. Un día de tantos su precaria estabilidad falló, y el resultado fue una aparatosa caída en el cuarto de baño. Aquello fue el principio del fin.
    
     A raíz del accidente hubo de ser ingresada. Prácticamente perdió del todo la lucidez, siendo ya mínimos los momentos en los que reconocía a los que tenía a su alrededor. Tras varios días ingresada la enviaron a casa a morir. Así tal cual, porque eso fue lo que dijeron los médicos. No había remedio para ella, estaba deteriorada por la edad, el organismo estaba diciendo hasta aquí hemos llegado. No recuerdo el tiempo que vivió en casa, una semana, quizás diez días.

     Pese a su evidente deterioro yo nunca pensé que moriría. Tenía 12 años y era la primera vez que me veía confrontado con la muerte y no la supe reconocer. Mi mente infantil no concebía la muerte; no era posible que se muriese, al menos no en ese momento. Mi abuela era como el cielo, como las montañas, siempre había estado ahí y me parecía a mi que lo normal es que siempre estuviera ahí. Tal era mi razonamiento. El 23 de diciembre, al oscurecer, llegué a mi casa después de estar con mis amigos. Sólo estaba mi hermana que me dijo que todos los demás estaban en casa de abuela porque estaba ya muy mal. Me entretuve en comer una pasta antes de bajar a su casa a verla, porque claro, mi abuela NO se iba a morir !! y en consecuencia había tiempo de sobra para comer la pasta. Ni siquiera cuando la vi en la cama, entré por el aro. La verdad es que ahora, a toro pasado, si lo pienso veo claro que la muerte ya rondaba en aquella habitación. Nadie me lo dijo claro. Sé que al verla lloré, y le dije a mi madre "no quiero que se muera". (Es evidente que yo tenía un merengue en la cabeza de cuidado) Una tía mía me dijo que lo mejor es que me volviera a casa y que estuviera tranquilo, palabras que me decía mientras me acompañaba hacia la puerta. Esa fue la última vez que la vi con vida, y es una imagen que pese al tiempo permanece perfectamente grabada en mi memoria. A la mañana siguiente, muy pronto, mi padre me despertó para darme la noticia.

     Pese a su natural inclinación por todo aquello que no estaba próximo al Bien, era mi abuela una fiel católica, de misa dominical y puntual cumplidora de las fiestas de guardar. En sus últimos momentos no manifestaba signos de nada, no se movía, no hablaba, no nada. En mitad de aquella larga noche llegó a casa el sacerdote a fin de administrarle los últimos sacramentos. Cuando el cura comenzó a hacer en el aire la señal de la cruz, ella sorprendió a todos haciendo perfectamente la señal de la cruz sobre sí misma... fue el primer movimiento tras horas de quietud. Cabe suponer, por tanto, que era totalmente consciente de que abandonaba este mundo, y quiero creer que en esos momentos se arrepintió de corazón de sus malas obras. Entregó su alma a la justicia de Dios a las dos en punto de la madrugada del 24 de diciembre de 1995. A las cinco de la tarde del día siguiente, el día de Navidad, la enterramos junto a su esposo fallecido veintisiete años atrás. Acaba así la existencia de una mujer para la que sin duda se hizo la frase de "genio y figura hasta la sepultura".

    

    


jueves, 1 de diciembre de 2011

Un buen hombre.

     Qué dificil es hablar de uno mismo... Sí, creo que lo es, al menos si pretendes ser sincero, porque ello implica un ejercicio de "autosinceridad", si me permitís el palabro, que no me resulta muy fácil. Y es que todos tenemos claros y oscuros, y yo he desarrollado en los últimos años una capacidad que a mi mismo me sorprende para enterrar "mis sombras" a una profundidad considerable. Mi leimotiv parece  que es aquello (sé que me repito) que decía Escarlata O´hara, "Ya lo pensaré mañana!"... para mañana decir lo mismo,claro está. Hecha esta reflexión en la soledad de mi habitación, he decidido que hablar de mi mismo en mi misma mismidad lo vamos a dejar para otro momento en el que sea capaz de gestionar sin miedo mis sombras. Así que he pensado, a la vista de mis anteriores entradas y puesto que esto al fin y al cabo son MEMORIAS, he pensado , digo, que voy a continuar hablando de mis abuelos. ¡¡ Oh, creedme dan muuuucho de sí !!

     Empezaré por mi abuelo paterno, ¿por qué? Quizás por ese interés mio por el orden cronológico, dado que él era el de mayor de edad de los cuatro, es decir, que fue el primero en nacer. O quizás también porque de mis cuatro abuelos fue al único que no conocí y en consecuencia es del que menos tengo que decir, aunque aventuro que escribiré una buena parrafada.

     Se llamaba E. y vino al mundo en ese pequeño pueblo del que he hablado ya en las entradas precedentes. Era un 27 de marzo de 1900, así que, como dice mi padre cuando habla de él ,"Iba con el siglo". Como bien sabéis los que me seguís desde mi primera entrada, yo nací en un momento en el que mis padres no eran precisamente muy jóvenes. El resultado evidente es que mis abuelos también eran bastante mayores, especialmente los paternos.

     Pues bien, mi abuelo E. "iba con el siglo". Nació en los albores del siglo XX, con todo lo que ello supone, porque todos sabemos que el siglo precedente se vio marcado por una sucesión de funestos acontecimientos y sus consecuencias. Era el quinto hijo de un total de seís hermanos, al menos de los seis que llegaron a edad adulta, pues parece que otros varios fallecieron al nacer o en edades muy tempranas. Los dos mayores, N. y F. eran varones, y ambos emigraron en su juventud a México, de forma que mi abuelo a lo largo de su vida tuvo una relación más intensa con los otros tres que quedaron en España: otro varón de nombre T. y dos mujeres, D. y M.

     En 1914, falleció su padre, tras varios días en estado vegetativo a consecuencia de un infarto cerebral. Sabemos tal fecha porque al parecer él siempre decía que su padre murió el año que estalló la Primera Guerra Mundial. Tenía mi abuelo 14 años, y aunque los 14 años de entonces no son como los de ahora (pensemos un poco en la variable responsabilidades) evidentemente la muerte de su padre siendo el tan joven hubo de marcarle. Fue mi abuelo un niño sano durante sus primero años de vida, realidad que como veremos, desaparecerá en los años sucesivos. Lleno de salud y fortaleza física, pues muchas veces y a personas distintas he oído contar que estando una novilla herida, la llevó varios kilómetros a su espalda hasta llegar al pueblo.

     El primer golpe importante  a su salud se produce en los años 20. En aquellos días España está inmersa en la llamada Guerra de África, que se desarrollaba  concretamente en Marruecos, por aquel entonces protectorado español. No me detendré aquí a hablar del conflicto porque no hace al caso; pero si que he de hacer referencia al tristemente famoso desastre de Annual. Fue esta una grave derrota militar española a manos del ejército rifeño; una derrota que se saldó con la muerte de más de 13.000 soldados españoles. El efecto inmediato a tal masacre fue que se llamó a filas a las quintas de varios años sucesivos. Es decir, se vieron obligados a hacer el servicio militar multitud de jóvenes, aún cuando todavía les fataban varios años para ingresar en el Ejército. La verdad  es que este no era el caso concreto de mi abuelo, ya que por edad le tocaba hacer el servicio militar. Evidentemente tenía muchas posibilidades de ser destinado a Marruecos; y así sucedió. Él, como tantos otros, acabaron luchando en la Guerra de África, en sustitución, si me permitís usar la palabra, de los miles de compatriotas muertos en Annual. El destino quiso que en medio de la batalla una bomba o proyectil "x" explosionase muy cerca de él. Salvó la vida, pero quedó irremediablemente sordo; la explosión le reventó los tímpanos.

     Concluida la estancia en suelo marroquí, regresó a su pueblo. Varios años después, en 1935, contrajo matrimonio con mi abuela, ocho años menor que él. La alegria por su matrimonio se vio ensombrecida por la muerte de su madre ese mismo año. A continuación vienen los años de la Guerra Civil, y bueno, ya en las precendentes entradas he hablado de cómo afectaron aquellos días a mis abuelos y su familia.

     Tuvo el matrimonio cinco hijos varones: el mayor nació en 1936; el segundo es mi padre, nacido en 1937; después hubo un niño que falleció siendo un bebé de la enfermedad llamada "el baile de san Vito" (movimientos convulsivos resultantes de una infección bacteriana o fiebre reumática); en 1945 nació el cuarto hijo, y al año siguiente el quinto y último.

     Era mi abuelo, según cuentan, una excelente persona, muy serio y muy inteligente. El tiempo que no le robaban las labores del campo, lo dedicaba a la lectura. Lector infatigable, podríamos decir; al punto de que en aquellos años de posguerra recibía en su casa semanalmente dos periódicos a los que estaba suscrito y que llegaban puntualmente desde León capital. Tal dedicación a la lectura ("leía todo lo que caía en sus manos" dicen algunos) tal vez se explique precisamente por su dificultad para comunicarse dada su sordera; aunque he de decir que aprendió a leer perfectamente los labios. Junto a su bondad, la otra cualidad que más destacan de él, es su inteligencia. Quizás fue por ello que durante años sucesivos le eligieron presidente del pueblo (similar a alcalde pedáneo); siéndolo en los años inmediatos al fin de la Guerra Civil; años en los que trató, sin conseguirlo, que desde la Administración central  se concediese algún tipo de indemnización colectiva para su pueblo, que había quedado arrasado durante el conflicto. Y años después hubo de plantar cara  a la Junta de Castilla y León (o como quiera que se llamase entonces) ante los atropellos que tal organismo pretendía realizar en los terrenos del pueblo. Diré que en este caso mi abuelo, y con él todos los vecinos del lugar, salieron victoriosos. Por otro lado, era él quien sustituía a la maestra del pueblo cuando ésta por indisposición no podía acudir a la escuela. (recordemos que sabia leer los labios) Por cierto, que luego el destino quiso que esta maestra acabase entrando a formar parte de la familia, pero eso es otra historia.

     Durante años también atendió  la "fábrica de la luz", como llaman los habitantes del lugar al generador eléctrico ubicado en el molino de la localidad. Y también durante varios años, atendió un pequeño balneario (hoy en ruinas) situado a kilómetro y medio del pueblo, famoso en toda la comarca por sus aguas sulfurosas que sanaban distintos males El balneario era propiedad del pueblo, y se sacaba a subasta cada ciertos años la atención del mismo. La fuente continúa hoy manando junto a las ruinas del edificio, y doy fe de que son aguas con alto contenido en sulfuro a tenor del olor a huevo podrido que desprenden.

     La gran desgracia para mis abuelos fue sin duda alguna la enfermedad del cuarto de sus hijos, aquel que naciera en 1945. Desde pequeño padeció de una enfermedad cardíaca, que la verdad ignoro con exactitud en que consistía. A medida que transcurrieron los años, la salud del niño fue empeorando, al punto de tener que pasar largas temporadas en casa, dado que se fatigaba con el más mínimo esfuerzo. Todos los ahorros de la familia se destinaban a los médicos y a pagar las medicinas del pequeño, en un momento en que no existía aún la Seguridad Social. La enfermedad continuó minando la salud del niño, de forma que la única solución para salvarle la vida era operarle del corazón en Madrid. Allí se trasladó mi abuelo con su hijo. Y la operación, de alto riesgo, se realizó. Pero quiso el destino que el niño falleciese a consecuencia de la misma. Era un 28 de octubre de 1956, y contaba con tan solo 11 años. Recibió sepultura en el madrileño cementerio de Nuestra Señora de la Almudena, porque todo el dinero que tenían mis abuelos se destinó a salvarle la vida y no podían costear el traslado del cadáver hasta el pueblo. Pero ya sabéis que dicen que las desgracias no vienen solas. Cuatro días antes, el 24 de octubre, fallecía en el pueblo mi bisabuelo, el padre de mi abuela  (era hermano del famoso tio Pancho de entradas precedentes). Así pues, mi abuela enterró con cuatro días de diferencia a su padre y a su hijo, mi bisabuela a su esposo y a su nieto; mi padre, que entonces tenía 19 años,a su abuelo y a su hermano.

     La muerte del que era mi tio fue, evidentemente, un golpe tremendo para toda la familia; y muy especialmente para mi abuelo. Hasta ese momento su salud únicamente se vio menguada por su sordera; pero a partir de aquí comenzó el declive que le llevó a la muerte. A raíz del fallecimiento del hijo, le surgió una dolencia al corazón. Era una "lesión al corazón" como dice mi padre; y para que me entendáis consistía en que parte de dicho órgano se "secó", dejo de funcionar. Es para pararse a pensar en las jugarretas del destino, ¿verdad?, que hizo que el padre enfermase de lo mismo que se llevó al hijo a la tumba. La dolencia siempre he oido que surgió a consecuencia del tremendo sufrimiento que padeció, y también que apareció de repente, sin previo aviso. Desde entonces su vida cambió, radicalmente. Ya no podía trabajar en el campo, ni en la "fábrica de la luz", ni el pequeño balneario, porque se fatigaba con la más mínima actividad. Mi padre le compró un burro para que pudiera desplazarse montado en él, e ir a los prados y a las tierras de la familia, porque aunque no podía trabajar, si le gustaba cuando la salud se lo permitía salir a airearse un poco.

     Los médicos, recomendaron a mi abuelo cambiar el clima de alta montaña (el pueblo está a 1400 m. de altitud) por un clima costero, dado que afirmaban que el yodo del mar le beneficiaría. En aquel entonces, unos familiares del pueblo, parientes de mi abuela, habían emigrado a un pueblo cercano a Santander, el pueblo donde yo  vivo. Mi abuelo pasó varias temporadas en casa de estos parientes y comprobó que tal y como le dijeron los médicos el cambio le benefició. Fue entonces cuando mi familia decidió abandonar la tierra de sus mayores. Era el año 1967. En noviembre de aquel año contrajeron matrimonio mis padres, y en junio del año siguiente toda la familia se trasladó al que hoy es mi hogar. Pero repito, aquello que dije antes... las desgracias no vienen solas.

     Pocos años antes llegó desde México la noticia del fallecimiento del hermano mayor de mi abuelo. Un golpe más. Pero no acabó ahí . A finales de mayo de 1968, falleció otro hermano, T., que  vivía junto a su familia en un pueblo de Liébana, donde por cierto también mi abuelo pasó temporadas tratando de mejorar su salud. La repentina muerte de T. marcó el declive final de mi abuelo, que fallecería apenas dos meses después. Su salud empeoró hasta el punto de no poder asistir al funeral del hermano. Aquel día en concreto, recuerda mi padre, que tuvo que recorrer en bicileta, a toda la velocidad que le daban sus piernas, más de 40 km., para ir a buscar a un médico dado el agravamiento de salud de su padre. No había llegado aún su hora y vivió todavía un par de meses más.

     En junio del 68, le trasladaron desde el pueblo leonés, hasta su nueva casa, aquí donde yo vivo. Su salud era ya muy mala, pero se hizo como último intento para salvarla. Sin embargo el esfuerzo fue en vano, nada se pudo hacer. Al amanecer del 6 de agosto de 1968, abandonó este mundo, contando con 68 años. Quisó el destino hacer una nueva jugarreta, y vino a morir el día de la fiesta de su pueblo. Cuando a cientos de kilómetros sus vecinos se levantaban para festejar sus fiestas patronales, que claro está también eran las suyas, él moría. Expiró mientras mi padre y mi madre le mantenían incorporado en la cama, y si bien ya no podía hablar, hasta el último momento demostró ser lo que fue durante toda su vida, una buena persona: falleció acariciando la tripa de mi madre, porque allí estaba su primer nieto, mi hermano mayor, al que él sabía que no llegaría a conocer.

     Acabo con sencillez, como dicen que era él. Sea esto un mínimo homenaje a una persona que hoy os doy a conocer, de la que nunca hablo porque no tuve la suerte de conocerlo. Que el mundo sepa que existió un tal E.C.C. y, sobre todo, que fue un buen hombre.

sábado, 26 de noviembre de 2011

La historia de mi nombre (segunda parte)

    Reconozo que la primera parte de esa historia es más bien el relato de una sucesión de funestos hechos acaecidos en el pequeño pueblo de mi familia durate la Guerra Civil, pero podéis creerme si os digo que al final llegaremos al momento en q el nombre de M entró por vez primera a formar parte de esta mi familia.
   Anteriormente dije que mi familia salvó la vida gracias a una conversación que la viuda de Honorino escuchó en los barracones del alto del puerto; y así fue. Recordemos, que el pueblo se encontraba en medio de ambos frentes, estando el ejército nacional en el pueblo siguiente. En este pueblo, vivía un tio de mi abuela, hermano de su padre. Se llamaba Francisco, pero todos le llamaban Pancho, porque había emigrado a México y como sabréis no es raro que allí a los Franciscos les llamen por tal nombre. Pues bien, el tio Pancho fue de los pocos emigrantes españoles que en aquellos años (finales del s. XIX- principios del XX) regresó a su país acompañado de una cuantiosa fortuna. La versión oficial es que en el país azteca se dedicó a actividades comerciales, sin embargo, siempre ha planeado la duda de qué actividades exactamente eran esas, pues la fortuna que amasó parecía ser excesiva para tener origen en tales negocios. La realidad es que sobre el dinero de tío Pancho siempre sobrevoló la idea de que no era dinero limpio del todo. En cualquier caso regresó a España y se instaló en el pueblo de su esposa, la tía Ciriaca, que es donde se encontraban los nacionales durante la guerra.
   Con su fortuna, recién llegada de México, Pancho y Ciríaca, levantaron la que en aquel entonces se convirtió en la mejor casa del pueblo. La ostentación de su riqueza se manifestó también en el hecho de que no volvieron a trabajar durante el resto de sus días, viviendo siempre de las rentas. Así pues, el tío de mi abuela tenía dinero y mucho tiempo libre, de forma y manera que deció encauzar ambas variables hacia la política, siendo un firme defensor de las ideas de derechas y por ende del ejército nacional. No es raro, entonces, que siendo su casa la mejor del pueblo se alojasen allí los altos mandos del ejército nacional, léase capitanes, coroneles y demás. Tal realidad no era desconocida por los republicanos del alto del puerto. Nada hubieran querido más que quitar de en medio al tío Pancho; pero era de todo punto imposible, porque para ello tenían que meterse en la "boca del lobo", esto es, ir a su pueblo, a un pueblo plagado de soldados nacionales. Así pues, los mandos republicanos decidieron que el castigo contra el tió Pancho consistiría en asesinar a todos los miembros de su familia que residían en el pueblo cercano.
   Cuando la mujer de Honorino escuchó tal plan, rápidamente bajó al pueblo, dirigiéndose a casa de mis abuelos. Mi abuelo, casado y padre de un hijo de apenas un año y otro en camino (mi padre) al escuchar el destino que les esperaba de quedarse allí decidió marcharse. En el pueblo residían también otros familiares: mis bisabuelos (mi bisabuelo era hermano del tio Pancho) dos hermanas de mi abuelo, con sus maridos e hijos, y hermanas de mi bisabuela con sus familias (como el tio Nicolás, que recordaréis salvó al vida al anciano sacerdote). Todos ellos decidieron huir para evitar la condena de muerte que contra ellos ya había sido dictada en los barracones del alto del puerto. Aquella noche se marcharon. Forraron las ruedas y el eje de los carros con sacos , a fin de q no "chirriasen" y les delatasen en la oscuridad. Los cargaron con unos pocos enseres, y cerraron sus casas. Delante de los carros marchaba el ganado de todas estas familias: vacas, cabras y ovejas. Pensemos que eran su sustento, ese era su trabajo, y no iban a dejar los animales abandonados a sus suerte en las cuadras.
   Poco tiempo antes de estos hechos, una hermana y sobrina (madre e hija) de mi bisabuelo, y por lo tanto también hermana y sobrina del famoso tío Pancho, habían sido violadas y a continuación asesinadas de un tiro por los soldados republicanos. Así pues, para mis abuelos, y sobre todo para mi abuela ,que vio morir a su tia y a su prima de tal manera, huir era la única salida posible. Posteriormente,el pueblo fue completamente evacuado. Todos los habitantes que aún residían en él fueron llevados a Liébana. Durante varios meses del año 1937 el pueblo permaneció completamente vacío, y sin defensa ante la rapiña de los soldados del puerto.
   El futuro, si ya de por sí era incierto, por el hecho de estar en guerra, más incierto si cabe se volvió para mi familia al tener que dejar sus casas, sus tierras y en definitiva todo lo que era su vida y sustento. En el caso de mis abuelos, se alojaron en casa del tío Pancho y de la tía Ciríaca. Allí, el 27 de agosto, vino al mundo mi padre. Las circunstancias le llevaron a nacer fuera del pueblo de sus mayores, fuera del que realmente es su pueblo, aún cuando no nació en él. Pocos días después recibió las aguas bautismales, siendo sus padrinos un capitán del ejército nacional y su esposa, ambos andaluces, y que se alojaban el casa del tio Pancho. El capitán se llamaba M, y por él lleva mi padre ese nombre, y por mi padre lo llevo yo. Así pues, mira por donde venimos a enlazar con la jerarquía del ejército.

lunes, 21 de noviembre de 2011

La historia de mi nombre (primera parte)

     Hoy voy a contaros la historia de mi nombre, o más exactamente, por qué me llamo como me llamo y no de otra manera. Los que me conocéis seguro q rápidamente diréis ... "pues te llamas como te llamas porque llevas el nombre de tu padre", y claro, eso es irrefutable; pero detrás del nombre hay toda una historia que enlaza con la Guerra Civil española... Ese es nuestro punto de partida.
    Corría el año 1935 cuando mis abuelos paternos, no sé si después de un corto o largo noviazgo, decidieron contraer matrimonio. Tal evento tuvo lugar en el lugar de nacimiento de ambos, un pequeño pueblo de la montaña leonesa, a 1400 m, de altitud. Rápidamente comenzaron a llegar los hijos; así en Abril de 1936 nació el primero de ellos, y al año siguiente, vino al mundo mi padre. Todavía después de él llegarían otros tres vástagos más.
    En aquellos días, como bien sabéis, nuestro país estaba inmerso en una lucha fraticida. Muchas veces escuché a mis abuelos hablar de aquellos tres largos años de guerra y  cada vez que recuerdo sus palabras no puedo evitar el que se me ericen los cabellos, porque fueron tales las barbaridades que vieron sus ojos que es imposible que no me suceda tal cosa. Recuerdo perfectamente como no les gustaba hablar de aquellos días, y cuando lo hacían es como si cayensen en un estado de ensimismamiento, bajaban la voz y relataban el devenir de aquellos aterradores días, para acabar siempre concluyendo que por nada del mundo quisieran volver a ver otra guerra.
    El 18 de julio de 1936, efectivamente, se abrió la puerta para uno de los capítulos más negros de la reciente historia de España. En medio de tan aciaga realidad vino al mundo mi padre, era un 27 de agosto de 1937. En aquellos meses previos a su nacimiento el pueblo natal de mis abuelos, se encontraba en medio de los dos frentes en lucha: en el alto del puerto, en el límite con las tierras cántabras, estaban los barracones del ejército republicano; mientras que en el pueblo siguiente se encontraba el ejército nacional; así que sí, estaban literalmente en medio de ambos frentes.
    Cabe decir que muchos de los habitantes del pueblo no tenían ideas políticas propiamente dichas, unos simpatizaban más con las ideas de derechas y otros con las de izquierdas, pero ello no suponía ningún problema en la convivencia entre los vecinos. Todos eran hombres y mujeres del campo, cuyo sustento era la ganadería y la agricultura; y por desgracia buena parte de ellos no tenían siquiera la formación suficiente como para entender la complejidad de la política; por otra parte igual que sucedía en la mayor parte del medio rural español. Pero el estallido de la Guerra Civil trajo consigo el demonio de la venganza y las envidias. Hubo habitantes del pueblo que aprovecharon las circunstancias en beneficio propio, no sé si por "asegurarse la vida" o porque realmente creían en la causa de uno u otro bando; no lo sé, pero la realidad es que lo hicieron.
    Indudablemente la vida en aquel pequeño pueblo, ubicado en medio de los dos frentes en lucha no pudo ser facil. No voy a entrar aquí a valorar las ideas ni de un bando ni de otro, ni mucho menos hablaré de "causas justas" porque en una guerra tal cosa no creo que exista. Estoy firmemente convencido de que ambos bandos comentieron atrocidades, y no entiendo a  esas personas que consideran que se puede medir, casi porcentualmente, si fueron peores los republicanos o los nacionales. Todos las hicieron. Pero yo aquí y ahora hablo de ese pequeño pueblo y de su realidad en aquellos  tiempos, y la realidad se impone... en este caso las atrocidades las cometieron los republicanos. En una montaña próxima, coronada por una mole de piedra, situaron un puesto de vigilancia, desde el que podían controlar lo que sucedía en sus barracones en el alto del puerto y al tiempo todo lo que acontecía en el pequeño pueblo de mi familia, así como controlar los accesos al mismo. Desde allí, sin previo aviso, varias veces se dedicaron a tirotear las calles del pueblo, por donde hombres, mujeres y niños, trataban de seguir con sus vidas en medio del conflicto. Durante años los marcos de puertas y ventanas albergaron las balas que recordaban aquellos hechos. Siempre recuerda mi padre que "en el marco de la puerta de la casa de la tía Calixta se veía perfectamente el agujero de una de las balas, prácticamente atravesó el marco de lado a lado y si metías el dedo en el agujero podías tocar la bala". Otra vez, apareció por la ladera de la montaña a cuyo abrigo está el pueblo un sacerdote, muy mayor, anciano ya, que venía huyendo de Liébana, y de la animadversión del ejército republicano por los religiosos. Durante varios días había caminado por los bosques, escondíéndose. En el momento que comenzó a descender hacia el pueblo, por la ladera en que apareció, desde el puesto de vigia ubicado en la montaña de enfrente comenzaron los soldados a dispararle. El hombre, como bien digo era muy mayor, no podía correr, así que continuó caminando a su paso, en medio de una lluvia de balas que rebotaban en las piedras de su alrededor. Ya cerca del pueblo, un vecino, el tio Nicolás, le cogió en brazos y le escondió en el pajar de una cuadra próxima, porque no tardarían en bajar los soldados al pueblo para matarle. Así lo hicieron, pero nadie dijo nada, todos los que vieron al cura, negaron haberle visto; y de esta manera salvó la vida. Aquella misma noche, al amparo de la oscuridad, el sacerdote abandonó su escondite para continuar su viaje, del que la verdad, ignoro su destino.
    Por aquel entonces, como ya he dicho, algunos de los vecinos del pueblo mantenían estrechos contactos con los soldados del alto del puerto. Tal era el caso de uno de ellos, que según parece había asegurado su vida y la de los de sus casa a cambio de contar a los soldados republicanos todo lo que sucedía en el pueblo. Tal "oficio" le obligaba a subir a los barracones del alto en numerosas ocasiones, y al tiempo ejercer de correo de las amenzas que allí arriba se hacían contra el pueblo. A la vuelta de una de estas idas a los barracones, comunicó a Honorino,uno de los vecinos, que tenía que subir al alto del puerto a declarar. Honorino, preguntó  "al correo" si él pensaba que lo que querían era matarle, y éste le dijo que no, que subiera tranquilo. Así lo hizo, subió y respondíó a las preguntas que le hicieron y con las mismas le dejaron marchar. Al rato, se dio cuenta de que a cierta distancia le seguían dos soldados armados, que tenían por encargo matarle. Lejos de amilanarse se dio la vuelta y les hizo frente, su fuerza física le ayudó a desarmar a los dos. Tras la pelea echo a correr hacia el pueblo, el objetivo seguramente no era tanto salvar su vida, como la de su familia, sobre la que sin duda caerían represalias, una certeza que se sustentaba en el hecho de que su padre y uno de sus hermanos ya habían muerto a manos de los soldados del puerto. Nunca llegó al pueblo. Desde la montaña en la que estaba el puesto de vigía habían visto lo sucedido, de forma que un soldado bajó por la ladera, sorprendiendo a Honorino a medio camino del pueblo. Sin previo aviso le disparó... Le enterraron cerca del camino, pero en un lugar que no se veía desde el mismo; en una sepultura que según dicen no merecía ni tal nombre, pues apenas cavaron lo suficiente para ocultarle de la vista.
   Al pasar las horas, la mujer de Honorino, viendo que este no llegaba a casa, venció el miedo y subió al alto del puerto, a los barracones, para averiguar el paradero de su esposo. Durante horas, medigó y lloró a todo el que encontró, para que le dijesen algo. Sólo recibíó burlas, asentándose en su interior la idea de que su marido estaba muerto o preso. Durante el tiempo que pasó allí, pudo escuchar una conversación entre los altos mandos del ejército republicano, una conversación que salvó la vida a mi familia.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Un embarazo... a deshora !!

   Si, han leído bien, un embarazo a deshora, de eso voy a hablar hoy. Como aquí el que escribe, por cierta deformación profesional, es amante de la cronología, he decidido comenzar por el principio. Y en el principio mi madre se quedó embarazada y lo hizo cuando sus tres hijos mayores estaban ya en plena adolescencia; así que si, podemos decir q yo (el cuarto hijo, a la par q benjamín de la familia) vine al mundo a deshora; o si se prefiere... por sopresaaaaa !!!
   En efecto, yo soy el retoño que varias veces confundieron con nieto de mi madre. Tengo que decir que a ella, evidentemente, no le gustaba ni un pelo tal confusión y siempre aclaraba con muy buenas palabras el parentesco real q nos une.
  Pues bien, exactamente eran las 13:15 de un 4 de mayo, de hace ya unos añitos, cuando me dio por nacer. Adelanto ya q mi familia, como dice un tio mio, ha sido desde hace generaciones "muy original", y claro, para no perder el ritmo uno de mis hermanos mientras mi madre me alumbraba estaba... cazando grillos !!! y el otro estaba desaparecido, nadie sabe dónde andaba. Mi hermana, en cambio, estaba en la residencia, acompañado a mi padre, ante la inminencia de su nueva paternidad; y afortunadamente fue así porque cuenta ella que en el momento en que la enfermera de turno anunció mi venida al mundo él soltó una vomitona de impresión... los nervios acumulados por algún lado tenían que hacer acto de presencia.
  Pero no cabe duda, de que la peor parte la llevó mi madre. Tuvo un embarazo complicado, que yo decidí coronar rompiéndole el hueso de la pelvis al salir... hay que joderse !! ( 4 kilos y pico es lo que tiene) Ante tales circunstancias hubo de quedarse ingresada una temporada, tiempo durante el cual yo también permanecí en la residencia, por aquello de estar cerca de mi natural fuente de alimentación. Cuentan que yo era taaaaaan guapo, que las enfermeras en vez de llevarme donde quiera que sean que tienen a los recién nacidos, me tenían con ellas en control (momento echarme flores) Y si, los años me han pasado factura!!! Cuando por fin mi madre recibíó el alta, nos llevaron a casa en ambulancia, realizando yo mi primer viaje en brazos de mi hermana, quien cuenta que cuando arrancamos, abrí unos ojos como platos !! No sé qué opináis, pero que el primer medio de transporte que utilicé en esta vida fuera una ambulancia quizás no es muy halagüeño. Por cierto, mi hermano el caza grillos, cazó, y el otro q andaba desaparecido, apareció !!

martes, 8 de noviembre de 2011

A mis potenciales lectores/as

    Sí, queridos compis del planeta azul, contra todo pronóstico he deciddio unirme a la red de filo globeros mundiales; y digo contra todo prónosticco, porque seamos sinceros... aquí el que escribe no es que sea precisamente muy constante en la atención de este tipo de "propiedades cibernéticas" (léase perfiles y/o espacios personales de toda índole) . Hoy, estoy resuelto a atender este espacio como merece, sin embargo mañana... bueno, lo relativo a ese futuro inmediato,como diría mi idolatrada Escarlata O'hara, "ya lo pensaré mañana!".
   ¿Y por qué Memorias a deshora? Pues porque algo había que poner !!! Y además (ahora viene la explicación elaborada) porque no pocas veces he oido decir "deberías escribir un libro contando estas cosas". Uno conoce sus limitaciones, o al menos parte de ellas, así que vamos a dejar lo del libro aparcado y comencemos por algo más sencillo... un blog !! Por `estas cosas´, me refiero a esas historias-anécdotas que me da por narrar cuando me calzo las pantuflas y me travisto en abuelo cebolleta; y dado que directa o indirectamente participo de las mismas, convendréis conmigo que no es tan descabellado bautizar esto como Memorias. Y a deshora, porque bueno, no es poco habiitual que los seres humanos hagamos las cosas deprisa, tarde y mal, de forma y manera que decidimos dejar por escrito nuestras vivencias en el ocaso de la vida, cuando es posible que no lo recordemos todo o, mas probable aún, recordemos sólo lo que queremos recordar. No soy tan iluso como para creer que por rondar la treintena no voy yo  a incurrir en esos errores, pero bueno, quiero pensar que la juventud me hará evitar otros más propios de edades "avanzadas". Y en todo caso cuento con la ayuda de quienes me conocéis para que de vez en cuando me devolváis al redil del orden, la cordura y la veracidad. Por cierto, según la RAE, el significado de deshora es tiempo inoportuno, no conveniente... ¡¡¡ Pues si que empezamos bien !!!